Carta al Aire.

Una pequeña carta que escribo al viento, con la esperanza de que Dios la escuche.

VENEZUELA

TheNahs

8/3/20242 min read

Sé que estamos cansados de escuchar sobre cambios y promesas incumplidas, pero duele profundamente ver desde lejos todo lo que sufre Venezuela. La impotencia nos consume al saber que dejamos atrás a nuestros seres queridos, nuestro hogar y todas nuestras pertenencias. Cada noticia, cada llamada, cada recuerdo es un recordatorio constante de la difícil realidad que enfrenta nuestro país.

Nos fuimos a un lugar completamente nuevo, conscientes de que no habría regreso. Es una realidad dura y desgarradora. Recuerdo claramente cuando alquilamos nuestra primera casa en el extranjero. No teníamos nada, solo la esperanza. Literalmente comíamos en el suelo junto a mi madre, con la ilusión de que algún día volveríamos a tener una mesa en la que compartir nuestros alimentos, una mesa que simbolizara estabilidad y normalidad.

Cada día que pasa, el dolor se intensifica. Es una mezcla de nostalgia, rabia y desesperación. Nostalgia por los momentos felices que quedaron atrás, rabia por la injusticia que nos obligó a huir, y desesperación por no poder hacer más por aquellos que aún están allá, sufriendo las consecuencias de un régimen corrupto e implacable.

Honestamente, pensé que el 28 de julio sería un día de cambio, un punto de inflexión. Pero, como muchos otros, me di cuenta de que el "Narco Gobierno" no entregaría el poder fácilmente. La esperanza se ve golpeada una y otra vez, y aunque tratamos de mantenerla viva, a veces parece una tarea imposible.

Duele ver cómo matan y encarcelan a mi gente de forma arbitraria, cómo crean mentiras para poder ejercer las leyes a su conveniencia, y cómo cada día la lista de desaparecidos aumenta sin fin. Tantas personas muriendo en hospitales sin tener siquiera un poco de ayuda, viendo a niños y ancianos sucumbir ante la falta de medicinas y atención. Solo Dios sabe todo lo que sufrimos al ver las noticias, al escuchar los relatos desgarradores de nuestra gente, al sentirnos impotentes, incapaces de cambiar su destino desde lejos.

Lo más doloroso es ver cómo los organismos internacionales, como la ONU y la OEA, hacen la vista gorda a todo lo que está pasando. Sus declaraciones de preocupación suenan vacías cuando no se traducen en acciones concretas. Cada día que pasa sin intervención, sin presión real sobre el régimen, es un día más de sufrimiento para millones de venezolanos. La inacción y la indiferencia de la comunidad internacional son un golpe adicional a nuestra ya herida esperanza.

A pesar de la distancia, llevamos a Venezuela en el corazón. La lucha continúa, y aunque estemos lejos, seguimos soñando con el día en que nuestro país vuelva a ser libre y próspero. Soñamos con volver a caminar por sus calles sin miedo, con ver a nuestros hijos crecer en una tierra de oportunidades y justicia. Soñamos con el día en que podamos reunirnos nuevamente con nuestros seres queridos, sin temor ni incertidumbre.

Pero mientras ese día llega, nos mantenemos fuertes y unidos, apoyándonos mutuamente y haciendo lo que podemos desde donde estamos. La lucha es larga y el camino está lleno de obstáculos, pero la esperanza y el amor por nuestra patria nos mantienen en pie. Y aunque el dolor y la frustración nos acompañen a diario, no dejaremos de soñar y luchar por un futuro mejor para Venezuela.

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